Época: eco XVIII
Inicio: Año 1660
Fin: Año 1789

Antecedente:
Industria

(C) Antonio Blanco Freijeiro



Comentario

Prácticamente ningún ramo de la actividad industrial quedó al margen de la expansión y su simple enumeración sería una letanía interminable, que iría del cuero y la piel (entre otras razones, por el aumento de las necesidades de calzado y vestido) a las bebidas alcohólicas (cuyo consumo se incrementó en todos los países), del papel (en relación con el desarrollo de la prensa y con la costumbre de las capas acomodadas de empapelar el interior de las viviendas), al vidrio (cada vez más utilizado en las ventanas de las viviendas, sustituyendo a la cerámica en las botellas o como cristalería de lujo, campo en el que Bohemia fue ya referencia inexcusable), de las lozas y porcelanas (de calidad y bastas, por la mejora de los ajuares domésticos) a las velas y jabones... No obstante, hay que aludir especialmente a la construcción, una de las actividades no agrarias más importantes durante todo el Antiguo Régimen (aunque en el mundo rural solía practicarse por los mismos agricultores), de la que, salvo para casos muy concretos, apenas hay datos y cuyo indudable crecimiento se deduce de la positiva evolución demográfica, de los progresos de la urbanización y del mayor uso de la piedra para la edificación durante este siglo. Para, finalmente, detenernos brevemente en los sectores textil, minero y metalúrgico, los más importantes de la época.
El aumento de la producción fue, efectivamente, enorme en el sector textil, aunque sin faltar casos concretos de evolución negativa. Por lo que se refiere a la manufactura de la lana -que, sola o mezclada con otras fibras, era la base del sector-, decayeron algunos centros tradicionales (Leyden, en las Provincias Unidas, algunas ciudades flamencas y del norte de Italia o ciertas áreas inglesas, como Essex, por ejemplo); pero creció en otras zonas (Alemania renana o Silesia en el último tercio del siglo, por no citar más que dos ejemplos). Los principales países productores eran Francia (Champaña, Languedoc, Normandía), que incrementó su producción total en un 60 por 100 aproximadamente entre 1703 y 1789, y, sobre todo, Inglaterra (West Riding, Yorkshire, Lancashire), cuyo consumo de lana bruta se multiplicó por 2,5 a lo largo del siglo. Creció también, y en mayor proporción que la pañería de lana, la producción de lienzos y telas de lino (en los Países Bajos austriacos, Francia, Escocia, Irlanda, Silesia prusiana...), que tenían buena salida en las colonias, donde, entre otros usos, se empleaba para vestir a los esclavos. Pese a tener un mercado más limitado, debido a su alto precio, los progresos de la sedería se atestiguan en Lombardía y Piamonte, en el Levante español, en Lyon o en Inglaterra. Pero el mayor crecimiento proporcional correspondió a los tejidos de algodón, cuya aceptación en alza se debía a la conjunción de una serie de factores, en parte, interrelacionados, como la posibilidad de manipulación mecánica de la fibra, la gran aptitud de estos tejidos para el coloreado y la estampación, su resistencia y facilidad de lavado, un precio tendente a la baja... Un tipo de tejido que a comienzos de siglo era de consumo elitista y básicamente importado -su elaboración en Europa era entonces poco menos que una rareza- iba camino de convertirse en un artículo de masas que se producía prácticamente en todo el Continente, aunque era Inglaterra (Midlands y, sobre todo, Lancashire) el indiscutible principal país productor. La importación de algodón a la isla, que se había cuadruplicado entre 1710 y 1780, se multiplicó por cinco en los veinte últimos años del siglo y se cifraba en unos 43 millones de libras de peso hacia 1804. En comparación, Francia, su inmediato seguidor, no importaba hacia 1790 más que el 40 por 100 de lo que llegaba a Inglaterra. El textil de algodón no llegó a situarse en este siglo a la cabeza del sector, pero en las últimas décadas su expansión frenó y hasta hizo declinar en ciertos casos la producción de los textiles tradicionales.

Las explotaciones carboníferas se beneficiaron de la progresiva, aunque muy lenta, sustitución del carbón vegetal por el mineral. En Alemania destacaban ya los yacimientos del valle del Ruhr, si bien el grueso de la producción continental se daba en los Países Bajos austriacos y en Francia (minas de Anzin, sobre todo), alcanzando probablemente en cada uno de los dos países unas 700.000 toneladas a finales del siglo, tras un importante desarrollo en la segunda mitad. Cifras, sin embargo, muy inferiores a los 11 millones de toneladas (la mayoría, para consumo propio) producidas en 1800 en Gran Bretaña, país que contaba con una mayor tradición de utilización de la hulla como combustible ya en el XVII llamaba la atención a los viajeros el característico olor de Londres por el empleo doméstico del carbón de piedra- y país donde más se había generalizado por entonces. En cuanto a la producción minero-metalúrgica, el cobre, pese al aumento de su producción -en Suecia, en Rusia y, sobre todo, en Gran Bretaña (Cornualles), donde era la primera industria metalúrgica- tendió a ser desplazado por el hierro al compás de sus nuevas aplicaciones: además del armamento, la quincallería y otros objetos de uso cotidiano, la construcción de máquinas y aperos de labranza y su utilización en las enclosures y canalizaciones, por ejemplo. La minería férrica estaba muy dispersa por toda Europa (norte de España, Alta Austria, Noruega, varias comarcas en Alemania...). Destacaban, sin embargo, Suecia (que a mediados de siglo producía quizá la tercera parte del hierro europeo) y Rusia (minas de Siberia occidental y, sobre todo, de los Urales), en cuanto a la producción de hierro en bruto destinado mayoritariamente a la exportación, y Gran Bretaña (también era el principal cliente de los países anteriormente citados) y Francia, que, además, poseían una notable metalurgia de transformación. Francia aventajaba a Gran Bretaña en volumen de producción (cifras aproximadas: 130.000-140.000 y 70.000 toneladas en 1789, respectivamente), pero su diferente grado de desarrollo técnico (2 y 79 por 100, respectivamente, fundido mediante coque), fue decisivo en el radical cambio de la situación: en 1806, la producción francesa estaba prácticamente estancada, mientras que la inglesa se aproximaba a las 240.000 toneladas.